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Opinión: Geopolítica y economía
Redefinición de las tensiones globales en medio del coronavirus
Lun 30
marzo 2020
30 marzo 2020
En el sector energético ya se empieza a especular con la posibilidad de que en este contexto de cuarentena prácticamente global el precio del barril pueda terminar siendo negativo.
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En su libro El coraje de la desesperanza, el filósofo Slavoj Žižek indicaba que los problemas del capitalismo global habían estallado en cuatro niveles diferentes. Se refería, con ello, a la revitalización del fundamentalismo-terrorismo; a la redefinición de las tensiones geopolíticas a partir del creciente poder de Rusia y China; a la aparición de ciertos movimientos políticos radicales en Europa, y al creciente flujo de inmigrantes desde África y Medio Oriente hacia las costas del Viejo Continente. A cada uno de estos niveles correspondía una amenaza concreta diferente al “paraíso capitalista” como se lo percibía desde el mundo occidental y, sobre todo, desde Europa. Pero en rigor, cada una de estos procesos remitían, en el fondo y más en general, a tensiones inevitables de la acumulación capitalista mundial y del sistema interestatal: esto es, las luchas entre clases y las disputas entre Estados.

La alarmante irrupción conjunta de la pandemia del covid-19 y de las primeras manifestaciones de una crisis económica de alcance global no hace otra cosa que recalibrar esas tensiones. En cuanto a la proliferación geográfica del virus, la actualización de los datos resulta vertiginosa. Si el lunes 16/3 la novedad era que el resto del mundo sobrepasaba a China en cantidad de muertos acumulados, dos días después el gigante asiático era superado por Europa y, el jueves 19/3, por Italia. A la semana siguiente, era España la que desplazaba a China en número de muertes totales registradas (miércoles 25), mientras Estados Unidos la superaba en cantidad de infectados (jueves 26). Este despliegue del virus en nuevos epicentros se fue registrando en simultáneo con mayores medidas de aislamiento social en un creciente número de países.

La recesión económica mundial ya ha sido pronosticada para 2020 tanto por entidades financieras como por organismos multilaterales. El Fondo Monetario Internacional prevé incluso que la caída en la actividad económica será igual o peor a la de 2009, que fue de un 1,7%. En un contexto de marcada volatilidad, los mercados bursátiles se han desplomado en todo el mundo; en particular, la tercera semana de marzo se destacó como la de mayores pérdidas acumuladas de la bolsa de Nueva York desde el estallido financiero de 2008. El precio internacional del petróleo se ha reducido bruscamente, hasta registrar un nivel de U$S 21,84 el barril (WTI) al viernes 27/3, cifra que representa prácticamente un tercio del precio alcanzado a inicios del presente año. Incluso en el sector energético ya se empieza a especular con la posibilidad de que en este contexto de cuarentena prácticamente global el precio del barril pueda terminar siendo negativo.

La Organización Mundial del Comercio ha admitido que habrá contracciones muy abruptas en los flujos de intercambio de bienes y servicios. Ante esta situación dramática, las respuestas de los gobiernos de las economías desarrolladas ha sido lanzar medidas de estímulo fiscal muy significativas, destacándose el paquete de ayuda de Estados Unidos (2 billones de dólares) pero también los de las economías más avanzadas de la Unión Europea, que abandonó temporalmente los límites a los niveles de endeudamiento y déficit fiscal.

En este nuevo escenario, las problemáticas que marcaba Žižek años atrás van a ir modificando su importancia relativa. En un contexto en que los estados nacionales refuerzan los niveles de vigilancia en sus territorios y cierran sus fronteras para impedir la expansión de la pandemia, es evidente que los flujos migratorios hacia los países desarrollados (que ya venían reduciéndose por las medidas tomadas previamente por la Unión Europea) pasan a quedar suspendidos de manera forzosa y hasta socialmente legitimada. Esa misma inflexión resiente también las oportunidades del fundamentalismo religioso (ya previamente menguado en su poder de fuego en el caso de ISIS) de actuar de forma inmediata y con alcance transfronterizo.

Pero en este último caso, el mismo despliegue global del virus puede ser pensado como una forma de suplantación potenciada de la amenaza terrorista. Como indica Renata Salecl, filósofa y eslovena como Žižek, al analizar a los medios masivos de comunicación, su discurso sobre esta amenaza “está construido de forma tal que describe al terrorismo como un virus, con referencias regulares de que puede golpear a cualquiera, en cualquier momento y en cualquier lugar”. Lo singular en esta versión del coronavirus es que las respuestas de los Estados nacionales terminan profundizando la sensación de temor y parálisis social en todas las situaciones posibles. Esto es, no sólo ante la activación de distintos dispositivos institucionales extraordinarios (estados de alarma, de sitio, de catástrofe, etc.) y el despliegue de las fuerzas de seguridad para garantizar su cumplimiento, sino también en los países donde éstos no se aplican pero emergen declaraciones de mandatarios como Jair Bolsonaro y Boris Johnson, que han pretendido justificar la inacción inicial de sus gobiernos con la invocación a la inevitabilidad de la muerte.

En cualquier caso, la creciente paralización de la vida social y el mayor control poblacional en los que desembocó la pandemia terminan sofocando provisoriamente la continuidad de las revueltas que tuvieron lugar en diferentes países del mundo a lo largo de 2019. Más allá de las particularidades locales de estos movimientos de protesta (que incluyen lugares tan distantes como Francia, Chile, Líbano y Hong Kong), resulta imposible escindirlos de un contexto general de frustración de las expectativas socio-económicas en las sociedades que los convocan. En última instancia, estos mayores niveles de conflictividad social son, al mismo tiempo, resultado de y obstáculo al proceso de globalización capitalista.

Los gobiernos de los Estados que le dan forma a este proceso se encuentran así ante una situación particularmente contradictoria: un terreno allanado para la implementación de reformas estructurales de carácter impopular, pero en un contexto de crisis económicas y sanitarias que requieren medidas de nacionalización e intervención masiva en la operatoria de los propietarios del capital. La aparente paradoja del actual momento histórico es, en realidad, constitutiva de la historia del capitalismo, pero expresada de manera más tosca y cruenta: no hay posibilidad de desenvolvimiento de un sistema capitalista sin mantener a raya a la población trabajadora, pero tampoco sin un determinado disciplinamiento a los capitales individuales. 

Así las cosas, la dimensión problemática que adquiere un mayor relieve en la actual coyuntura es la rivalidad entre estados. Esta se observó, por caso, en el plano de la búsqueda de una solución definitiva a la pandemia, cuando el ministro de relaciones exteriores de Alemania criticó la intención de Trump de adquirir una empresa farmacéutica teutona que trabaja para concebir una vacuna contra el coronavirus. Pero también se aprecia en la discusión sobre el origen del agente infeccioso, cuando el presidente de EE.UU. y algunos de sus funcionarios insisten en denominarlo como “chino” o “de Wuhan”  y la cancillería y los medios de comunicación de la República Popular responden con críticas y deslizando la versión de que fue implantado en su territorio por militares estadounidenses.

Estos signos de conflictividad se suman a las tensiones que ya venían caracterizando al gobierno de Trump en su relación con los líderes de la Unión Europea y China. En particular, la tregua que habían alcanzado los gobiernos del líder republicano y de Xi Jinping con la firma de la Fase Uno del acuerdo económico en diciembre parece haber quedado relegada a un segundo plano. La relación entre las dos grandes potencias mundiales se perfilaría para retomar una dinámica más caracterizada por el conflicto que por la cooperación. Pero es tan elevado el grado de incertidumbre actual que resulta muy difícil vislumbrar si la profundidad de la crisis económica y los resultados de las respuestas estatales a la proliferación de la pandemia van a terminar acentuando o apaciguando esa tendencia.

0 comentarios

  1. Me parece un muy buen análisis macro y de interrelaciones hegemónicas, creo además que los orígenes de la pandemia cuestionan a fondo las relaciones de transformación de la naturaleza en esta etapa capitalista con las actividades extractivas (Minería,agricultura,cría industrial de animales) y sus impactos sociales.

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