«¿Quién es Nicola Melchiotti? Es una pregunta abierta… ¿Qué puedo decir?», responde. Italiano, de 40 años, nacido y criado en Lovere, localidad de algo más de 5.300 habitantes en los Alpes italianos. Un punto de la provincia de Bérgamo, Lombardía, en el mapa. «Siempre tuve ganas de descubrir el mundo», cuenta. Su pueblo, a orillas del lago Iseo, fue el punto de partida para una travesía que, después de pasos por América central, México y Bruselas, desde agosto tiene escala en Buenos Aires. A fines de julio, el grupo energético italiano Enel nombró presidente de su filial argentina a este ingeniero en Sistemas recibido en la Escuela Superior de Electricidad de Francia, con un MBA de Harvard. «Ha sido una llegada acelerada», comenta acerca de su arribo al país, en un español con inevitable acento italiano pero impecable, forjado al cabo de casi una década de vida entre un año y medio en Costa Rica y ocho en México.
«Llegué en plena crisis económica y cuando acababa de asumir el nuevo ministro de Energía. Fue una ocasión para meterme muy rápidamente en las cosas. Por necesidad. Tal vez más rápido de lo que me esperaba, lo cual es bueno», evalúa acerca de su llegada. De inmediato, comparte su primera impresión: «Me llamó la atención la expectativa que la sociedad y los clientes tienen sobre cuán rápido deberían avanzar las cosas».
¿Cómo es eso?
Noté cierta desconexión entre las expectativas –legítimas– que tiene la gente y lo que se logra hacer. Es nuestro desafío como empresa. Tenemos una base fenomenal de clientes, 2,5 millones de usuarios, que exigen un servicio estelar por lo que pagan. Pero, al mismo tiempo, la red eléctrica es de los 90, estuvo bajo presión durante una década y está en condiciones que no son tan buenas. Estamos invirtiendo mucho y rápidamente. E implementamos mucha tecnología que traemos desde afuera para hacer las cosas lo más pronto posible.
Pero la ciudad es muy grande y la provincia, aún más. Logramos mejorar la calidad del servicio en muchos barrios, pero todavía no pudimos llegar a todos. Siempre estamos un paso por detrás. El desafío es cerrar ese gap.
¿Cómo veía a la Argentina y qué diagnóstico hace hoy, ya instalado?
Sabía que es un país grande, con una clase media fuerte. Sabía que había salido de un período complicado, con falta de inversiones. Que, en general, es una macroeconomía con poco de mercado y que, en los últimos años, las cosas estaban cambiando muy rápidamente. Había una gran oportunidad de recuperar 10 años en dos o tres. Todo eso, para mí, era muy atractivo. En ese sentido, no fue una sorpresa lo que encontré. Pero sí hubo cosas que no esperaba. No esperaba tanta presión del lado de los clientes. Sabía que las tarifas se habían incrementado. Pero ese gap de expectativas versus lo que se tiene no esperaba que fuera tan fuerte.
Tampoco esperaba una estructura de regulación tan arcaica. El mercado eléctrico argentino todavía es muy cerrado y muy poco sofisticado, comparado con otros países. Incluso, latinoamericanos.
¿Tenía noción de que las concesionarias de servicios públicos son los villanos de la película ante la opinión pública?
Sí. Hay historias basadas en hechos y otras que no tienen ninguna base. Los hechos están de nuestro lado. Siempre hemos dicho lo que se podía y lo que no se podía hacer. Y siempre hemos cumplido, que es lo más importante. Es lo que hicimos en la revisión tarifaria integral. Acordamos una senda de mejora del servicio y un monto de inversiones. Y eso es lo que estamos cumpliendo.
En nueve meses de 2018, Edesur registró una ganancia neta de $ 473 millones, cuando, un año antes, había perdido $ 883 millones.
Lo que dicen los resultados de Edesur es que, por primera vez, no está en bancarrota. Por primera vez, se queda con algo. Y todo ese algo (y más) lo hemos reinvertido. No sacaremos un solo dividendo, ni un centavo, de esta empresa hasta que no arreglemos la calidad del servicio. Eso no lo dicen los estados financieros. Pareció que tuvimos grandes ganancias cuando, al final, esas ganancias fueron grandes inversiones. Otros inversionistas, en un momento así, verían ese resultado y dirían «ciao, ciao» al tema de la calidad. Nosotros no estamos aquí para sacar dinero en el corto plazo, que dura uno o dos años. Somos inversionistas de largo plazo. Estamos aquí porque Buenos Aires es, a nuestra visión, parte del futuro que queremos crear. Nos conocen mucho por Edesur y su pasado. Pero, también, tenemos Central Costanera, Dock Sud y Chocón. En lo que no es Edesur, tenemos una excelente reputación. Somos eficientes, tenemos tecnología implementada, estamos trabajando bien. Y también estamos invirtiendo en el Green Power.
¿Cuáles son los objetivos para el negocio de generación?
En la térmica, eficiencia. En eso estamos. En renovables, crecimiento. Tenemos El Chocón, que es una gran planta hidroeléctrica, y construiremos 100 megavatios eólicos en Chubut. Después, el crecimiento dependerá de las subastas, de RenovAr. La Argentina tiene un potencial único. De hecho, la planta que estamos haciendo en Chubut será la de mayor factor de viento de Enel en todo el mundo. Obviamente, cuando uno empieza a hacer grandes inversiones en renovables, el sistema cambia. Porque es un cambio de paradigma profundo. Ese cambio conceptual todavía no se dio en la Argentina.
Definiciones de alto voltaje
«Soy una persona estructurada», se define. Se reconoce moldeado por McKinsey, su primer empleador, donde trabajó como consultor estratégico. Como asesor es, precisamente, el camino por el que terminó ingresando a Enel. «Tengo habilidad de síntesis. Visión estratégica. Y de benchmark: siempre comparo lo que hago con otros», define, acerca de la impronta que dejó en él su paso por
«La Firma». No es la única de las muchas particularidades de su personalidad. «Me obligué a buscar casa en el área de concesión de Edesur», cuenta. La encontró en Recoleta. «Hice el cambio de titularidad. Pasé por todo el proceso, como un cliente cualquiera. Y recibí mi primera factura hace pocos días».
Es esmirriado Melchiotti. Viste traje, con corbata impecablemente anudada. Como un top manager experimentado que lleva 20 años acumulando millaje internacional. Usa una barba candado que compensa la juventud que delata su rostro. Un semblante casi adolescente, potenciado por el cabello oscuro corto pero ligeramente revuelto. Pero su tono y gestos son graves. Como su mirada: firme, profunda. Seria. Así es, también, el tenor de sus definiciones.
¿Qué pesa más hoy: la calidad del proyecto o que, todavía, sea en la Argentina?
El hecho de que sea en la Argentina es relevante. Porque, en proyectos de alto capital y bajo costo variable, como son los proyectos renovables, el costo del capital es una variable clara. El mismo proyecto, hecho en Chile o la Argentina, con 2 kilómetros de distancia en la frontera, tiene economics muy distintos.
¿Qué tasa paga hoy un proyecto en la Argentina?
No podría decirlo porque no estamos financiando en la Argentina en este momento. Pero existen otros riesgos. El regulatorio, por ejemplo. La Argentina tiene una estructura de mercado poco moderna, poco sofisticada.
«Arcaica», dijo antes.
Hay que reconocerlo. Se hicieron cambios: la revisión integral, renovables… Pero el marco regulatorio sigue siendo un riesgo y se considera cuando se hacen las valuaciones de los proyectos. Cuanto antes la Argentina se convierta en un mercado moderno, antes bajará el costo de capital y el riesgo de los proyectos. Sólo hay que hacer lo que hicieron otros países para recuperar el tiempo perdido. Llegué a México en 2009. El mercado era muy cerrado, un monopolio estatal. Y empezaron las charlas con el Gobierno para abrirlo. Y se hablaba de los consultores argentinos. Los 90 eran el punto de referencia sobre cómo se abre un mercado. De algún lado se aprendió eso.
¿Qué es lo que marca hoy la agenda del negocio en el mundo y de lo que la Argentina está lejos?
Primero, la competencia transparente entre tecnologías. En el mundo, las renovables compiten con la energía térmica, en un piso parejo, en muchos países. Eso es algo reciente, de los últimos tres años. Avanzó muy rápidamente. En la Argentina, todavía no. Hay esquemas basados en el costo de la energía estacional. Eso impide tener esta competencia entre tecnologías. Es una barrera que tenemos que remover.
Otro tema es la participación de la demanda en el mercado energético. El demanding response. Algo que, aquí, no sólo no existe: nunca oí hablar de eso. Es un concepto que no está en la agenda.
Existe un tercer punto, que está acelerando muy rápidamente: la eficiencia energética y la integración a otros mercados. Por ejemplo, la movilidad eléctrica. Se mueve muy rápido en Europa, en parte de los Estados Unidos. También, en Chile. El sector eléctrico tuvo una gran ventaja: se descarbonizó muy rápidamente. Y eso permite, también, descarbonizar a otros sectores; por ejemplo, el Transporte. Acabamos de comprar 150 buses eléctricos en Santiago de Chile. Es una realidad que está en una capital a pocos kilómetros de aquí. Pero, en la Argentina, no se está dando.
Con suerte, en la Argentina, se están dando los primeros pasos.
La Argentina tiene un tema interno. Mucho de su pasado y su presente está basado en gas. También, por el tema dólares. Querer exportar gas es una apuesta fuerte para resolver algunos desbalances. Está bien. Lo que estaría mal es apuntar todo a eso, sin darse cuenta de que el mundo va hacia la electrificación de todo el resto. Son cosas que van de la mano. Pero, por poner toda la atención en una, se están olvidando de la otra. Eso está creando un atraso. Y ese atraso se va a pagar.
¿Cómo?
Hago un ejemplo simbólico. La Argentina es el cuarto país del mundo en reservas de litio. El litio es el petróleo del futuro. Hay una guerra global sobre quién se lo asegurará. Porque quien lo haga se asegurará las baterías y, en consecuencia, la producción de autos eléctricos. Y, en la Argentina, que tiene el litio en casa, y tiene una gran producción de coches, ese discurso no está.
¿Por dónde pasan los puntos de inflexión para que eso ocurra?
Lo regulatorio es clave para las cosas grandes. Lo que pasará, sí o sí, es el cambio tecnológico y de la sociedad civil. Hay un tema de cultura. El hecho de que la energía eléctrica haya sido gratis por mucho tiempo creó una cultura muy malsana para el país. Eso está cambiando rápidamente. Pero no tanto como quisiera.
Después de la recomposición tarifaria, ¿la energía sigue siendo barata?
No creo que estemos bien todavía. Hay mucho shock. De hecho, casi el 90% de la gente que visita nuestros locales de atención comercial no viene a reclamar, sino a que le expliquemos la factura. Todavía no entiende por qué la luz cuesta. El cambio cultural ya se está dando por shocks, por factura. Pero creo que hay una parte de la sociedad que, todavía, está siendo protegida. De una mala manera.
¿Por ejemplo?
Los consumos en las villas crecen al 20%. En el resto de la ciudad, al 2,5%. ¿Por qué? Porque en las villas es gratis. Se pierde toda la energía. No se resuelve con tarifa. Pero sí hay prácticas que pueden implementarse. Tarifas simbólicas, en las que el Estado pague esa energía, a pacto de que el consumo no se dispare. O puede dar bonos para pagar, a cambio de que tu consumo baje. Todo esto no está instalado.
Hay otro tema: la informalidad. Que es enorme. Y el cambio es lento. Si antes era gratis, colgarse no era visto como un gran problema. Ahora, te cuesta. Y no es sólo robarle energía a la sociedad: es empeorar la calidad del servicio para todos tus vecinos. Al final, siempre nos echan la culpa. Pero estamos haciendo lo que debemos para evitar esto. Es la Justicia la que tiene que intervenir. Tenemos casos emblemáticos, veintenas de denuncias en las que no pasó nada. No es un tema de vulnerabilidad. Hemos encontrado countries y lugares de muy altos recursos colgados masivamente. Hay poco tiempo para arreglarlo. Porque el costo se está volviendo muy elevado para todo el sistema.
¿Maneja plazos para mejorar el servicio de distribución?
Más que plazos, tengo obligaciones. En la revisión tarifaria integral, hay una línea de mejoras de servicio. Tenemos que bajar de las 35 horas de cortes promedio por año que se tenían en 2017 a 18 en 2021.
¿Es un target alcanzable?
Es un target alcanzable. De hecho, ahora estamos en 26. Estamos implementando mucha tecnología. Digitalizamos toda la alta tensión. Ahora, estamos digitalizando la red de media.
También, hay un tema de sistemas. En Europa y en economías similares a la Argentina, como Chile y Rumania, estamos instalando medidores inteligentes. Tenemos 30 millones en Italia. Desde nuestro centro de control, vemos todas las casas del país. Si alguien roba o tiene un problema, en tiempo real, podemos gestionarlo a través del sistema. Se instala, hay un límite de 3 kilowatts por casa. Lo excedés, tac, se corta. Hay que ir al medidor para reconectarse. Eso da disciplina interna. Aquí, en cambio, son 10 kilowatts y no hay límite. Por ley, no puedo limitarte. Y eso está mal. Porque nadie se da cuenta. Hay casas que consumen como centros comerciales. Es increíble; nunca había visto eso. Ya instalamos 5.000 medidores y antes de 2021 tendremos 200.000. Eso generaría un ahorro enorme. Después, cuando se haga la revisión tarifaria, si la tarifa lo permite, tendremos los 2,5 millones.
¿Qué tan atrasada estaba la inversión en la red?
El atraso fue de casi 10 años. Tenemos las distribuidoras de Santiago de Chile, Río de Janeiro, San Pablo, Bogotá y Lima. Comparado con ellas, tenemos tres años de atraso. Hemos recuperado siete.
¿Cuál es la prioridad de inversión?
El primer elemento es la alta tensión. Porque, cuando hay un black-out, si tu alta tensión no es fuerte, afecta a centenas de miles de clientes. Eso lo hicimos. Estamos al 80%. Las grandes subestaciones, que estaban totalmente sobrecargadas, casi fundidas, ahora las redoblamos, hicimos subestaciones nuevas y digitalizamos. Han sido pocas grandes inversiones. Nos queda algo por hacer todavía. Por ejemplo, en San Vicente.
Luego, está la red de media tensión. El desafío es digitalizarla entera y recomponer los cables, que están medio quemados. Es el plan de este año.
Y, después, la parte más complicada, menos visible, que es la baja. En eso, hay que hacer toda la ciudad. Casa por casa. Tomará tiempo. En tres años, tendremos el nivel que Lima posee el día de hoy. ×
Cable a tierra
Esposa, dos hijos de 7 y 4 años, ambos nacidos en México. «Muy latinos», los describe él. Hablan cuatro idiomas, agrega. Pasa con ellos la mayor cantidad de tiempo que puede. También disfruta, cuenta, del teatro y la cultura de Buenos Aires. «Comparado con Bruselas, o lo que uno tiene en México, es una alegría», se regodea. Otro hobby es caminar al aire libre, preferentemente en bosques. «No soy muy deportivo», reconoce, acerca de alguna eventual afición futbolera. Quienes sí tomaron partido son sus hijos. Pidieron que les compraran camisetas de Boca Juniors.
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Edesur no hizo otra cosa que robar. Hoy media ciudad de Buenos Aires no tiene luz, muchos hace mas de 4 dias.
Donde esta el dinero de multiplicar por 1000 la factura mensual a los hogares.
Estimada Sra Zabala,
Si usted considera que la están robando, debe hacer una denuncia de inmediato. Deberá explicar además cuál es la magnitud del robo en provincias y Cooperativas, y en otras naciones vecinas donde el precio es al doble o más que en Bs As.
También debería saber que como el Gobierno paga cada mes 20 millones de cheques a empleados públicos (Que se duplicaron en 10 años y cobran un sueldo promedio mayor que el sector privado), asi como a Jubilados que nunca aportaron, Personas que reciben planes y movimientos sociales, del total de su factura el 55% o más son impuestos. El 45 % restante (450 $ de una factura de 1.000 $) está destinado a pagar a las Distribuidoras, a la empresa de Transporte en Alta Tensión a los más de 40 Generadores, a las empresas que traen el Gas desde 2000 kms en Gasoductos y a los productores de gas. Repito, todos ellos cobran del 45% de su factura. El 55% restante lo necesita el gobierno porque heredó 4,1 millones de Empleados públicos cuando en 2001 había solo 2,3 millones.
Con respecto a que la mitad de la población no tiene luz en este momento, dudo que en todo el Gran Buenos Aires haya más de 100000 clientes sin luz en el peor día, es decir el 2,5% de los clientes del GBA. Y esos clientes no tienen luz porque durante 12 años pagaban 40 o 50 $ por mes cuando por internet y Cable pagaban 10 o 20 veces más y estas tecnologías tienen una inversión de capital muy inferior a la de la Industria Eléctrica. Los así llamados «Subsidios» no eran entregados a las empresas sino que pagaban el precio del Gas importado (caro, el doble que ahora) porque nadie quería invertir en Argentina para producir Gas.
Por último no sé como ha llegado a la conclusión de que su factura de energía ha subido 1.000 veces, pero agradecería que repase los números y lo que es más importante aún busque en internet precios de la Energía Eléctrica tanto en los países vecinos más pobres que Argentina y por supuesto en las Naciones de Europa y EEUU.
Espero que estas reflexiones contribuyan a reducir su enojo, cuyas causas sin duda con ciertos fundamentos, han tenido como origen la decisión de devaluar en Enero 2002, generar una inflación de casi 2000% y pretender que las tarifas fueran el único precio sin moverse en toda la economía. Son las estrategias del populismo y así le va de bien a Venezuela.
Atentamente