“Perdimos casi 4000 megas y aún no sabemos por qué. Estamos operando un sistema anémico porque la infraestructura no soporta el pico de demanda”, admitía el martes por la noche un alto ejecutivo del sector eléctrico. Lo hacía después de haber lidiado con otro día complicado por la ola de calor que ya lleva más de 15 días en la zona de centro del país.
A las 15 de ayer el sistema perdió unos 3500 megawatt (MW) de los casi 28.000 que se estaban consumiendo a nivel nacional. Casi un tercio de los usuarios del GBA se vio afectado, aunque la gran mayoría por escaso tiempo. ¿La causa? Un colapso de tensión, tal como se conoce en la jerga al fenómeno que se produce por la caída de la tensión en la red de transporte y en el parque de generación. Esa falla inicial luego dispara perturbaciones y oscilaciones en la tensión de todo el sistema y obliga a interrumpir la demanda (cortar) para recuperar el normal funcionamiento.
La novedad de ayer, a diferencia de lo que sucedió el 1 de marzo, cuando la afectación simultánea de tres líneas de 500 kilovolt (kV) dejó sin electricidad al 45% del país, es que en este caso aún no se conoce cuál fue el problema inicial que desencadenó el colapso. La sensación de vulnerabilidad es evidente. Ese estado de indefensión es el que, en el fondo, más preocupa a los técnicos del sector.
Habrá que esperar a que el área de Operaciones de Cammesa, la compañía encargada del despacho, y los equipos de Transener, la empresa que opera las redes de alta tensión, diseccionen el comportamiento del sistema para encontrar el origen del problema.
Problema de fondo
Más allá de esa autopsia necesaria, la mayoría de las fuentes consultadas por EconoJournal coincide, sin embargo, en que ese análisis no hace a la cuestión central. “Si no es evidente, como lo fue el 1 de marzo por la salida de las tres líneas que vana General Rodríguez, es porque estamos frente a una falla menor que por sí sola no explica el problema. De fondo, lo que está claro es que la infraestructura eléctrica no está preparada para bancar condiciones meteorológicas excepcionales como las que atravesamos en estos días”, explicaron desde una generadora. “Ojo, los colapsos de tensión no son algo nuevo. Formosa, Chaco y la región del noreste (NEA) en su conjunto conviven desde hace 10 años con fenómenos como este, pero no tiene visibilidad porque están lejos de Buenos Aires”, añadió.
La caída de tensión quedó registrada en la estación de Ezeiza de Transener, uno de los principales centros de despacho. En un momento, sus medidores registraron que los transformadores operaban con 470 kV, 35 menos de los 505 kV indicados por protocolo. Frente a un descenso abrupto como ese, los sistemas de protección y automatismos del sistema se activan para evitar la ruptura de los equipos.
Por eso ayer por la tarde salieron de funcionamiento varias de las principales centrales que alimentan de energía el Gran Buenos Aires (GBA), como Central Costanera (que perdió la máquina 9), Genelba (que dejó fuera de servicio una de sus cuatro turbinas) y la central de Albanesi en la zona sur, entre otras. Dos de los cuatros compensadores sincrónicos de Transener en Ezeiza, que se utilizan para inyectar potencia reactiva cuando baja la tensión, estaban fuera de servicio (uno porque se averió en el colapso de hace dos semanas y el segundo por un mantenimiento obligado), pero las fuentes consultadas señalan que aun si estaban disponibles tampoco habrían podido frenar el fenómeno, que se explica por un funcionamiento inestable a nivel integral (tanto de generadores como de transportistas y distribuidores).
Políticas inconsistentes
Las causas estructurales del deterioro del sistema pueden rastrearse en dos (in)acciones del Estado. Por un lado, la política de congelar o atrasar las tarifas residenciales de electricidad que se llevaron adelante, con la excepción de dos o tres años, en los últimos 20 años provocaron un consumo ineficiente de energía fundamentalmente en sectores comerciales y domiciliarios. La gestión de la demanda, tan en boga en la mayoría de los países por el encarecimiento y falta de energía que acarreó la guerra en Ucrania, es en la Argentina un concepto abstracto sin ramificación alguna en la realidad.
Esa realidad se puede leer a través del uso de aires acondicionados. El abaratamiento artificial de las tarifas —que como correlato generó subsidios millonarios— incentivó la instalación de equipos de refrigeración, que por funcionamiento generan una sobredemanda de corriente que acentúa la baja de tensión en el pico de consumo.
En estas semanas de ola de calor, el uso de aires acondicionados llegó a explicar, por momentos, un 35% de la demanda total. Operar un sistema con esa configuración requiere de infraestructura que hoy el país no posee. En resumen, se aplicó una política tarifaria que incentivó la instalación de aires acondicionados, pero no se impulsaron las inversiones para que el sector pueda gestionar de forma no traumática una exigencia mucha más alta.
Falta de transporte
Ese es el segundo punto en el que Estado tiene responsabilidad: desde hace siete u ocho años no se construyen nuevas líneas de alta tensión en 500 kV, tal como publicó este medio, e incluso en años anteriores, cuando sí hubo obras en el segmento de transmisión, se priorizaron algunos proyectos de transporte que no eran estratégicos para la red interconectada, como varias de las líneas de alta tensión que se tendieron en la Patagonia.
“Esta ola de calor dejó en claro que, en el límite, estamos operando un sistema precario. Cuanto antes tomemos conciencia de eso, mejor. Hay que ejecutar cuanto antes un plan de obras en transporte y también en generación”, indicó un consultor. La complejidad macroeconómica que dificulta el acceso al financiamiento y la cercanía de la agenda electoral no permite ser demasiado optimista al respecto.