— Hugo Eurnekian mantiene la calma.
Su característico hablar pausado se condice con la simpleza con la que explica sus argumentos. Mucho tuvo que ver el joven empresario de 36 años en la consolidación de CGC –la petrolera que Corporación América le compró a Southern Cross en 2013– en el mercado de hidrocarburos. Antes tenía un lugar casi marginal. Hoy es uno de los players establecidos en el negocio del gas, con un ambicioso proyecto de desarrollo en Santa Cruz.
Frente a los coletazos del COVID-19, que acentuó la baja del precio internacional del petróleo, Eurnekian, presidente de Compañía General de Combustibles, accedió a dialogar con TRAMA sobre las prioridades y la forma de transitar una crisis tan profunda e incierta como esta.
A diferencia de otras crisis del petróleo que decantaron en un derrumbe de los precios, en esta ocasión se evidencia, además, un desplome de la demanda y una enorme cuota de incertidumbre en materia sanitaria. ¿Cómo se reacciona desde el liderazgo y se gestiona una situación desconocida como esta?
—Hoy se dan dos crisis de petróleo en simultáneo. Una de oferta, más clásica, que es la de la ruptura en la OPEP+ (relacionada con la pelea entre Rusia y Arabia Saudita), y que acentuó la caída de los precios. Y la otra es de demanda, y es la que ocasionó la pandemia del coronavirus. Esta última es mucho más particular e incierta.
Obviamente estas crisis
simultáneas generan gran incertidumbre en cuanto a su profundidad y duración,
en un contexto que no solo afecta a la industria petrolera sino a la casi totalidad
de los sectores
de la economía.
Así, lo importante no es solo cómo reaccionar sino cómo te encuentra, y es aquí donde pesa qué construiste antes: algo que hace la diferencia a la hora de poder atravesar estas situaciones es haber desarrollado una cultura adecuada en la organización. Aspectos como flexibilidad, capacidad de adaptación, agilidad en la toma de decisiones son claves.
Un proyecto como el nuestro, de almacenamiento de gas subterráneo,
es un buen ejemplo de flexibilidad operativa desarrollada gracias a una cultura que valora estos aspectos. Si bien no fue pensada originalmente para una situación inédita como esta, una solución así va a ayudar muchísimo a enfrentar una demanda con mayor incertidumbre como es la actual.
El almacenaje –tanto de gas como de crudo– se ha convertido en uno de los bienes más preciados, para poder guardar la producción y no tener que malvenderla o incluso cerrarla mientras dure el período de baja demanda.
Otro de los aspectos relevantes y necesarios en este contexto es la confianza construida dentro de la organización y de la empresa con su comunidad de negocios.
En primer lugar, en estos momentos es necesario un equipo ágil: es cuando la confianza juega un papel fundamental, no solo entre los miembros del equipo sino también aquella que la empresa le confiere a cada persona. Permite delegar, tomar decisiones rápidas y que el equipo funcione comprometido y adaptándose a las nuevas circunstancias.
En segundo término, es muy relevante la relación con el resto de las partes interesadas: provincia, sindicatos, inversores, clientes, proveedores y contratistas. En una situación como esta, todas las relaciones se van a tensar, y una buena relación construida sobre confianza posibilitará a todos transitar mejor este período difícil.
En tercer lugar, el modo de reaccionar para gestionar una situación desconocida como esta es siempre cuidando esa confianza construida, aun cuando en muchas ocasiones represente altos costos.
Asumiendo que una crisis tan profunda como esta provocará una significativa destrucción de valor en la industria petrolera global, ¿qué visión se puede aplicar en la Argentina para intentar mitigar la perdida de valor? ¿Cuáles deberían ser las prioridades a defender?
—El tema pendiente que
tiene la industria petrolera en la Argentina es el de desarrollar un marco
regulatorio aplicable y perdurable en el tiempo.
En épocas como esta de precios bajos de petróleo representa una oportunidad
para desarrollar reglas claras sin que la aplicación tenga un alto costo para
los consumidores ni para las arcas del Estado, permitiendo a la vez
previsibilidad para manejarnos en tiempos de precios altos de petróleo, si
llegaran a volver.
Si bien existen reglas claras, el problema es que la historia nos demuestra que esas reglas no han sido posibles de aplicar. Han pasado distintos gobiernos y distintos contextos y, en general, nunca se pudieron respetar; en cada momento hubo una justificación más o menos razonable para hacerlo.
El marco regulatorio existente plantea la libre disponibilidad y comercialización del petróleo crudo y de los combustibles líquidos, supeditando la exportación al completo abastecimiento de las necesidades del mercado interno en condiciones de indiferencia. Pero este marco regulatorio fue sucesivamente quebrantado en los últimos 20 años.
Cuando el precio del barril de petróleo internacional estuvo por arriba de los u$s 100, el precio local estuvo muy por debajo. No obstante, fue subiendo paulatinamente acercándose al precio internacional hasta ubicarse cerca de los u$s 80 por barril en el año 2014.
Por el contrario, cuando el precio internacional del petróleo se ubicó en los u$s 30 por barril en 2016, el precio local solo bajó hasta los u$s 50 por barril, aproximadamente.
En resumen, lo que la historia de los últimos 20 años nos muestra es que no se ha trasladado la volatilidad del precio internacional del barril a nuestra economía. Pero tampoco hemos estado completamente desconectados de la realidad del precio internacional. Más bien hemos seguido con tendencias más suaves y con algo de retraso la tendencia del precio internacional del barril de petróleo. Lo que no necesariamente es una mala política. Lo malo de esto es que haya sido hecho sin un marco regulatorio que lo respalde y, por el contrario, se hizo quebrando las normas vigentes.
En una situación como esta, todas las relaciones se van a tensar y una buena relación construida sobre confianza posibilitará a todos transitar mejor este período difícil.
Por lo tanto, lo que no
se logró aún fue definir un conjunto de reglas que refleje la política
aplicable en relación con el precio del crudo. Por ende, tenemos sucesivos
quebrantamientos a nuestro propio marco regulatorio, que traen como
consecuencia incertidumbre en el sector y, en general, comprometen o disminuyen
la capacidad de atraer
y realizar inversiones. Los mismos resultados o los mismos precios podrían
haber sido establecidos bajo alguna regla previsible, y así la certidumbre y
capacidad de inversión, producción y mano de obra; en definitiva, el valor
generado para nuestro país, hubiera sido mucho mayor.
Algo similar pasa con el gas natural. Tenemos leyes que se cumplen parcialmente y esto no hace más que introducir incertidumbres adicionales sobre el marco regulatorio a aplicar, y cuando ello se tradujo en reducción de producción –que terminó afectando la seguridad de abastecimiento del aparato productivo o la balanza de pagos por importaciones excesivas–, improvisamos esquemas de incentivos para revertirlo.
A fin de cuentas, los precios pueden ser administrados o ser libres, pero deben ser sustentables. Y los principales beneficiarios son los usuarios de gas y los consumidores de combustibles, a quienes debemos asegurar una oferta confiable en condiciones de sustentabilidad.
La Argentina cuenta con recursos hidrocarburíferos, humanos y tecnológicos suficientes para trazar un objetivo de largo plazo en materia energética, en el cual se logre un desarrollo, a una escala y con costos tales que permitan un abastecimiento seguro, abundante y asequible para la demanda interna; también, obtener saldos exportables importantes a precios competitivos con el mundo que generen una fuente adicional relevante de recursos para la economía.
En el trayecto a ese objetivo, se podrá trasladar a la demanda interna todas las mejoras en los precios obtenidas en las ganancias de eficiencia, escala y por reducción de costos de importación.
Por lo tanto, creo que la
prioridad en ambos casos debería estar enfocada en el diseño de un marco
regulatorio que
sea tan ambicioso como nuestras potencialidades, pero que refleje la realidad
aplicable de la política con relación al precio del petróleo y el gas natural,
de forma tal que otorgue previsibilidad o –al menos– que no introduzca
incertidumbres adicionales a las que ya son intrínsecas de esta industria. Eso
permitirá mitigar las pérdidas en estas crisis y maximizar la creación de valor
cuando el contexto mejore. ×