El sector energético vivió un cambio trascendental en 2020. No por la pandemia y sus consecuencias sobre la producción y la demanda de energía, sino por lo que Marcelo Martínez Mosquera denomina la llegada del «tsunami verde». El presidente del Departamento de Energía de la Unión Industrial Argentina y hombre histórico de Techint entiende que la industria energética terminó por asumir la realidad del cambio climático y la necesidad de adaptarse a un nuevo contexto político y social internacional que exigirá reducir las emisiones.
Martínez Mosquera realiza esta lectura de época en su reporte sobre el CERAWeek 2021, el mayor evento anual de Oil & Gas de Estados Unidos. TRAMA pudo acceder a las reflexiones del experto en energía de la UIA. «En cinco días de CERAWeek no escuché ninguna voz que objetara el vínculo entre las emisiones de CO2 y el cambio climático. Y hubo unánime aceptación de la gravedad de la situación», explica Martínez Mosquera. Según su visión, «este tsunami verde llegó para quedarse, pero esta vez no es una hipocresía, esta vez verdaderamente vamos a combatir las emisiones de CO2 a nivel mundial».
Un escenario nuevo
La reducción de las emisiones a cero fue un tema de enorme centralidad en los paneles del CERAWeek. Según Martínez Mosquera, «no resulta fácil en el mundo de la energía abstraerse de una situación tan relevante, especialmente cuando los presidentes de las principales empresas petroleras de Europa ya anunciaron que están modificando su ‘business definition’».
La transformación «de empresas de petróleo y gas a ‘empresas de energía’» refleja un proceso en el que políticos, dirigentes y empresarios son observados por los «accionistas» de cada una de estas actividades (votantes para los políticos, miembros de directorios y bancos para las empresas), que presionan para que se fijen políticas serias de reducción de emisiones.
Martínez Mosquera describe un escenario en el que todos los países y todas las empresas asumirán compromisos para reducir sus emisiones. «A mediados del año pasado, Xi Jinping anunció que China iba a llegar a ‘net zero emissions’ para el año 2060, luego llegó Joe Biden y también asumió un compromiso similar para Estados Unidos. También Bernard Looney de BP, Patrick Pouyanné de Total y Van der Beurden de Shell expresaron su completa adhesión y efectuaron promesas diversas de reducción de emisiones en cada compañía», dice.
En ese marco, espera que los países establezcan impuestos y tasas al carbono en forma creciente, como ya viene sucediendo en Europa. «La Unión Europea está en camino de instaurar un ‘carbon tax adjustment’ para todas las importaciones desde terceros países, calculando el nivel de emisiones que cada producto trae aparejado desde su país de origen. Es un interesante y complejo concepto, muy resistido por el resto
del mundo», explica el experto en energía de la UIA.
Si bien comparte la necesidad de imponer cargos a las emisiones, también indica que no serán una solución completa ni definitiva. «Es muy probable que la economía se ajuste a los nuevos valores y sigamos emitiendo; menos, por supuesto, pero emitiendo al fin», dice. Por otro lado, no ve que el uso de esos cargos para disminuir la demanda energética (y las emisiones asociadas a ella) pueda tener un impacto significativo. «Existen pocos antecedentes donde haya habido importantes reducciones de demanda de energía por señales de precio. La elasticidad de la demanda de energía al precio, por ser una necesidad básica del ser humano, es muy baja», evalúa en su reporte.
Desafíos
El tsunami verde necesariamente abarca también otras industrias. Entre las automotrices, muchas aceleran sus planes para la fabricación de vehículos eléctricos. Como ejemplo, General Motors anunció recientemente un ambicioso plan para fabricar solo vehículos eléctricos para el año 2035. El transporte es un sector clave: genera el 24% de las emisiones directas de CO2, según IEA.
Para Martínez Mosquera, «el auto eléctrico jugará un rol fundamental en esta batalla contra las emisiones». La tecnología en baterías y coches fue mejorando con los años y las disparidades con los vehículos a combustión se han ido achicando. «La diferencia en el precio de un auto eléctrico y un auto a combustión que brinden el mismo servicio ya resulta más accesible», explica.
Si bien muchas grandes automotrices dicen apostar a un futuro solo con coches eléctricos, el experto de la UIA traduce ese desafío en números. «Si lográramos aumentar la capacidad de producción y venta de autos eléctricos en un fabuloso 30% anual acumulativo, llegaríamos en 2030 a fabricar de 35 a 40 millones
al año contra una necesidad de 70-80 millones, básicamente la mitad, un excelente logro. Aunque así se llegaría en total a solo 200-250 millones de autos eléctricos circulando, menos del 25% del total del parque para esa época», razona.
El parque mundial de automóviles actual demanda 25 de los 100 millones de barriles de petróleo que se consumen por día. El resto se divide entre otros tipos de transporte (algunos fáciles de electrificar y otros mucho más difíciles, como lo son los buses y los camiones, respectivamente), la petroquímica
y otros usos. «No hay que confundirse. Cuando se propone como solución el auto eléctrico, estamos atacando solo una cuarta parte del consumo petrolero a nivel mundial», explica.
Martínez Mosquera recurre a estos números para dar cuenta de que la demanda mundial de petróleo no se verá significativamente afectada en los próximos diez años. Es más, anticipa un leve crecimiento, impulsado por países y regiones aún en desarrollo como China, India y Latinoamérica. «Si el consumo de petróleo global antes de la pandemia era en 2019 de 100 MMbbl/día y se vuelve post-pandemia a un nivel similar, a futuro mediato el petróleo no decaerá en su demanda y es posible que incluso tenga cierto crecimiento hasta 2030, llegando a 105 MMbbl/día», analiza.
Pero más desafiante es el objetivo de descarbonizar la generación eléctrica. Existe una doble presión en contra. Por un lado, la demanda eléctrica global es traccionada por la demanda de los países no desarrollados, principalmente en Asia. Por el otro, distintos países avanzan con planes para reemplazar el uso de carbón o de gas natural por fuentes energéticas renovables. Estas fuerzas presionan más allá de la respuesta que la industria energética y el avance de la tecnología hoy pueden dar en materia de energías limpias.
«La posibilidad de hacerlo solamente con energías renovables es impensable con la tecnología actual. Hasta que no encontremos un avance tecnológico en materia de almacenamiento, poder satisfacer esas necesidades con energías intermitentes resultará imposible», entiende el hombre de la UIA. También considera que las tecnologías en almacenamiento de energía, producción de hidrógeno y captura de carbono todavía conllevan importantes desafíos técnicos, tecnológicos y/o de costos.
Parte de su razonamiento se basa en el desempeño reciente. Las fuentes eólica y solar alcanzaron una participación del 6%al 7% de la generación eléctrica mundial. «Son evidentes las virtudes de las energías renovables, pero efectivamente se necesita un crecimiento incluso superior al observado para
que tengan un verdadero impacto en emisiones para 2030», explica. Incluso cuestiona que no esté claro cuál es el costo integral de las fuentes renovables cuando se tienen en consideración todos los factores para lograr atender a los centros de consumo, tales como las líneas de alta tensión para traer
la energía o los sistemas de back up para compensar la intermitencia. «¿Cuál es el verdadero costo para la sociedad en su conjunto? ¿Se hará explícito este costo?», reflexiona.
Oil & Gas
El gas natural suele estar en la mesa de las discusiones sobre transición energética, especialmente en lo que respecta a generación eléctrica. Mientras que el carbón genera emisiones de 850 kg de CO2/Mwh, el gas natural libera 400 kg de CO2/Mwh del gas natural. La generación eléctrica con carbón sigue representando más del 35% del total mundial. Pero su uso viene en retroceso, especialmente en Estados Unidos y Europa, gracias a los precios del gas natural.
Para Martínez Mosquera, la reducción en la generación a carbón es de gran relevancia, especialmente en el sudeste asiático.
Los casos más relevantes son los de China e India, debido a sus necesidades energéticas crecientes. «Recordemos que tanto China como India tienen un 70% de dependencia de generación eléctrica de turbinas a vapor alimentadas con carbón. En 2020 China agregó 30 nuevas usinas a carbón, todas ellas con sus correspondientes emisiones, pero necesarias para satisfacer su demanda energética. Esto, independientemente de ser el mayor instalador, por lejos, de energías renovables», explica.
Pese a los esfuerzos de estos países para sumar más energías renovables, las condiciones para reducir su dependencia del carbón no están dadas ni lo estarán en el corto o mediano plazo. «La posibilidad más concreta de estos países de iniciar un cambio es por medio del gas natural. Tal como lo hizo Estados Unidos: 15 años atrás su generación a carbón representaba el 50% de la matriz eléctrica, mientras que el gas natural representaba el 22%», dice Martínez Mosquera.
La clave de ese éxito no es otra que los precios del gas. «Lo logró porque pudo obtener un gas a un costo menor a u$s 3/MMBTU que, utilizado en una turbina de ciclo combinado a gas natural, tiene un costo de generación eléctrica de alrededor de u$s 40/Mwh, lo que implica una reducción de costo muy importante respecto de colocar una nueva usina de carbón o tratar de seguir adelante con usinas a carbón ineficientes, cuyo costo es de alrededor de u$s 70/Mwh», explica.
Pero ese costo es al menos la mitad del que China e India pueden conseguir. Sus reservas conocidas son escasas, por lo que deben recurrir a importaciones de gas natural licuado, desde países como Qatar, Australia, Rusia o Estados Unidos. «Este sería el primer paso de la tan comentada transición energética: salir del carbón e ir al gas natural. Aunque si nos detenemos a pensar que ese gas natural licuado les cuesta más de u$s 8/MMBTU, y por ende les resulta mucho más caro que generar a carbón, la decisión se hace más difícil, especialmente en países que están en sus etapas iniciales de desarrollo, como es el caso de India», indica Martínez Mosquera.
Con respecto a la oferta futura de petróleo, Martínez Mosquera vaticina un renovado rol de los países miembros de la OPEC en la producción global, luego de varios años de dominio del shale oil estadounidense. «El rol de la OPEC se modificó, incorporando a Rusia y otros países exportadores que adhirieron a los postulados de la OPEC en el control de la producción a nivel mundial, constituyendo la ya afamada OPEC+. Esto hace que el lado de la oferta esté bastante firme y controlado en este momento», afirma.
Las formaciones de shale en Estados Unidos ya no suponen la amenaza de antaño sobre ese dominio histórico de la OPEC. Esto se debe a que la declinación en la producción es muy superior en este tipo de yacimientos. Las mejores áreas («sweet spots») se agotan rápidamente y cada año se deben hacer más y más inversiones solo para mantener la meseta productiva, antes de su declinación final. «En Estados Unidos, básicamente el 90% de la producción de petróleo shale proviene de tres enormes cuencas: Permian, Eagle Ford y Bakken. Las dos últimas ya llegaron a su plateau y los «sweet spots» están llegando a su fin. Solo queda la Permian con posibilidades de crecimiento».
«Hay muchos analistas financieros que sostienen que la razón de la falta de crecimiento actual en Estados Unidos es el deseo de recibir cash por parte de los accionistas, de los inversores, de los financistas, de los fondos de inversión, etc. Mi visión es diferente: si el precio es atractivo y hoy lo es a u$s 60 por barril, todos aquellos yacimientos que tengan una adecuada tasa de retorno serán desarrollados. Pero, aun así, no se puede esperar un fuerte crecimiento», sentencia Martínez Mosquera. ×