Conservador. Aficionado al tenis, a las telenovelas y a la música «sertaneja», un estilo popular nacido en el campo brasileño. Así describió el diario paulista Folha a Rubens Ometto Silveira Mello, el «Rey de la Caña de Azúcar». El «caipira» –término utilizado para caracterizar a los habitantes del interior del estado de San Pablo y con el cual sus primos solían reírse de él– que, alimentado con etanol, impulsó Cosan, un holding global que, en 2017, consolidó una facturación superior a los 55.300 millones de reales (unos u$s 15.000 millones). El brasileño que, en su país, asociado con Shell en el joint venture Raízen, domesticó al tigre de Esso y, más recientemente, en la Argentina, se convirtió en el nuevo dueño de los activos de downstream de la angloholandesa.
La fortuna personal de Ometto asciende a u$s 1.200 millones, calculó este año la revista estadounidense Forbes. Es el mayor magnate global de la industria del etanol. Cosan, que aporta el 2,5% de la producción global de azúcar, está listada en la Bolsa de Nueva York y es tomada como empresa modelo para la reconversión de players regionales (por caso, la argentina Ledesma). Sus intereses van de las industrias azucarera y alcoholera a la energía, los bienes raíces y el transporte. En 2008, pagó 1.500 millones de reales (u$s 826 millones de entonces) por los activos de downstream de Esso en su país. Fue, apenas, el primer movimiento. Dos años después, conformó con Shell una sociedad, 50-50, para producir y comercializar combustibles. Es Raízen, hoy convertida en la quinta empresa más grande de Brasil –tercera, en el ranking de energéticas–, con una facturación anual que roza los 80.000 millones de reales (u$s 21.000 millones, al tipo de cambio actual). A inicios de este año, Raízen, además, anunció la adquisición de los activos de refinación y comercialización de Shell en la Argentina (u$s 950 millones). Cosan había dado otro gran golpe en 2012. Compró, en 3.400 millones de reales, a Comgás, la mayor distribuidora de gas de Brasil. Y, en 2014, en una transacción intensa e impactante, fusionó a su operadora logística, Rumo, con el gigante ferroviario ALL, lo que resultó en una compañía combinada valuada en 11.000 millones de reales. «El mercado del azúcar y el alcohol es una montaña rusa», definió, acerca de por qué, en el lapso de cuatro años, aceleró a fondo con la diversificación de sus negocios. «Si hago en la empresa lo que el mercado quiere o espera, es mejor poner a un analista en mi lugar», justifica cada uno de sus sorpresivos movimientos.
Lo primero no es la familia
«Sea tan bueno como un nerd: existe una gran probabilidad de que termine trabajando para uno de ellos». Es una de las 11 lecciones de Bill Gates que Ometto contempla, enmarcadas, en su escritorio. Todo un resumen de su propia filosofía personal.
«Binho» –diminutivo por el que es conocido– nació en 1950 en Piracicaba, un municipio del interior de San Pablo ubicado 138 kilómetros al norte de la capital estadual. De 390.000 habitantes –sobre 45,3 millones que suma la población paulista–, está emplazada en uno de los distritos industriales y agrícolas más productivos de la región. Metalurgia, mecánica, textiles, alimentos y combustibles (petroquímicos y alcohol) se fusionan entre las 5.000 industrias que se encadenan en esa área.
Su casa natal estaba a 100 metros de Costa Pinto, la usina azucarera que pertenecía a su familia materna. El apellido de su padre, Celso, en realidad, es Silveira Mello. Ometto, en cambio, es el de su madre, Altina, cuyo linaje estuvo en el negocio cañero durante cuatro generaciones, desde que sus ancestros emigraron de Italia, en el siglo XIX. «Binho» hizo la primaria en una escuela rural, y el secundario, en un colegio católico. Siempre fue de los mejores alumnos –sino el mejor– de la clase.
Se mudó a San Pablo a los 17, en 1967, para hacer el curso previo a la carrera de Ingeniería Mecánica, diploma que obtuvo en la Escuela Politécnica. La gran ciudad, la más grande de Brasil, lo asustó, confesó alguna vez. Tampoco fue acogedora su inserción en un círculo familiar que lo veía como a un bicho extraño y no disimulaba en tratarlo como tal. La sertaneja es un género de música popular que surgió en el interior rural de San Pablo, en los años 20. Por su afición a ella, sus más de 20 primos citadinos decían que era un «caipira». Lo que, en ese contexto, equivalía a «campesino» o «pajuerano». Eso, admitió, le generó cierta sensación de inseguridad. Y abrió una herida. Una factura pendiente que, mucho tiempo después, él mismo se encargaría de cobrar.
«Siempre quise valerme por mí mismo. No depender de la familia para tener un trabajo», le declaró a la revista Forbes, en 2011. Justificó esa decisión, contó, en las discusiones y peleas de sus padres con el resto del clan que, de chico, recuerda haber presenciado en su lejano hogar.
Había iniciado su carrera laboral en Unibanco, cuando todavía estaba en la universidad. Ya noviaba con Mónica, quien es su mujer desde hace 40 años. Su futuro suegro, Guilherme Mellao, era el mejor amigo de José Ermírio de Moraes, presidente del gigante industrial Votorantim. Cumplían años el mismo día. «Binho» lo conoció en noviembre de 1970, durante un festejo compartido en uno de los restaurantes más exclusivos de San Pablo. Congeniaron de inmediato, al punto tal que, una vez que se recibió, Ermírio lo designó director financiero en Votorantim. Ometto tenía 24 años.
«Fue mi mayor influencia personal en los negocios», reconoció, con el tiempo, acerca de su mentor. Además del trabajo, compartían el (escaso) tiempo libre. Jugaban al tenis. E iban juntos a ver al Santos, el equipo del que ambos eran hinchas.
Cuestiono todo. Cuanto más enojados están mis ejecutivos con mis preguntas, es señal de que estoy haciendo bien mi trabajo.
Año 1980. Ometto, finalmente, recaló en la empresa que había fundado su abuelo, Pedro, en 1936. Su tío, Orlando, había sufrido un infarto y le pidió que tomara las riendas. Aceptó incorporarse, bajo condición de un acuerdo de accionistas que le asegurara ciertos poderes. Él mismo lo redactó. «Hoy estamos bien. Pero te recuperarás. Y las cosas se pondrán feas», le argumentó la exigencia a su pariente. Razón no le faltaba. Un episodio lo ilustra. Orlando había fundado una aerolínea, Transportes Aéreos Marília. Nombró presidente a su sobrino y le ordenó que despidiera a uno de sus principales ejecutivos. Antes de cumplir con esa misión, «Binho» se tomó un tiempo y notó el error que su tío estaba por cometer. La historia culminó con Orlando eyectado de la compañía. Con el apoyo de su joven benefactor, el ejecutivo a despedir terminó haciendo un buy-out. Era Rolim Amaro. Y la empresa, TAM.
El retorno de su recuperado tío a la poltrona del holding también implicó la división del grupo. Rubens se quedó con dos usinas: Costa Ribeiro y Santa Bárbara. «Cosan». Sus primos, con la principal: Duas Barras. Durante una década, «Binho» batalló judicialmente para reunificar el reino bajo su mano. «El único miembro de la familia que permaneció en Cosan soy yo», proclamó, tiempo después de que concluyó la guerra legal en la que se impuso por sobre otros 23 accionistas entre los que estaban no sólo sus primos, sino también su propia madre y sus hermanos. La factura había sido saldada.
Lo que vendrá
«Soy muy persistente, cobrador y, a veces, aburrido. Tengo una usina que tardé 10 años en comprar. Pero la compré». Ese estilo –laborioso, paciente y minucioso– también se vio en el cerrojo con el que reforzó su control de Cosan. En 2007, creó una estructura societaria que le asegura que las acciones en su poder valen 10 veces más, en votos, que los papeles ordinarios. Para hacerlo, listó un holding, Cosan Limited, en la Bolsa de Nueva York. Cosan ya llevaba dos años cotizando en el Bovespa, donde no está permitido ese tipo de andamiajes legales.
En su entorno, explican que también lo hizo para proteger a la compañía de take-overs hostiles y, de esa manera, garantizar el nivel de profesionalización que alcanzó el management de la empresa. De hecho, ya diseñó un plan de sucesión en el que él permanecerá como presidente sin funciones ejecutivas y sus dos hijas apenas ocuparán sillas en el directorio.
Cosa difícil para alguien acostumbrado a engordar su ganado, convencido de que el accionista debe meterse en el cuerpo directivo de una empresa, tanto como el ejecutivo profesional tiene que sentirse dueño de ella. Los domingos al anochecer, por ejemplo, empieza a llamar a sus managers para programar la semana. La ronda empieza por Marco Lutz, el CEO de Cosan, con quien comparte las ideas que tuvo durante el fin de semana. «Ya tuvieron el viernes y el sábado para descansar», suele justificar. Lo irritan los celulares de su staff apagados después de las 6 o las 7 de la tarde. «¡Tiene que ser alguien a quien le guste lo que hace!», describe su perfil de colaborador ideal.
«Cuestiono todo. Cuanto más enojados están mis ejecutivos con mis preguntas, es señal de que estoy haciendo bien mi trabajo», es una de sus máximas de management. «A veces, yo estoy enojado con ellos. Pero no soy de guardar rencores. Al cabo de un rato, está todo bien», se describe. «Quien parte y reparte, y no tiene la mejor parte, o es bobo o no tiene arte», suele decir.
En público, ofreció destellos de ese temperamento. «Los países ricos son prepotentes por tener el poder de la fuerza. Y esa fuerza es la capacidad de fabricar la bomba atómica. Si Brasil la hiciera, sería diferente», se despachó –sereno, sin levantar el tono de su voz– ante John Mayor, ex primer ministro británico, en un encuentro con empresarios brasileños durante una visita del sucesor de Margaret Thatcher a ese país. Ometto quería hacer oír su voz, en particular, contra los subsidios agrícolas, barrera infranqueable para todo aquel que, en su negocio, quisiera ingresar al mercado europeo.
Otras dos anécdotas lo describen. Cuando empezó a formar Cosan, se plantó frente al Gobierno militar para poder exportar azúcar sin necesidad de pasar por el monopólico Instituto de Azúcar y Alcohol (IAA). La empresa fue la primera en ganar ese derecho, muchos años antes de que, a inicios de los 90, se liberara el comercio de azúcar. Más recientemente, le espetó a Dilma Rousseff: «Estás meando en el barro y no sabes lo que hay debajo de tus pies». Lo hizo cuando la destituida presidenta todavía era candidata. Discutían acerca de la política energética del Gobierno de Lula Da Silva.
Esa fiereza suele aplacarse en su casa, el reposo del guerrero. No es alguien que acepte invitaciones a eventos sociales. Difícilmente se lo verá en un cocktail o una noche de gala. Prefiere cenar en su casa. Uno de sus hobbies favoritos es mirar capítulos grabados de telenovelas. Adquirió el hábito de adolescente, cuando se fanatizó con Redención, un clásico que la TV brasileña emitió entre 1966 y 1968. Pasa los fines de semana en una hacienda que perteneció a su bisabuelo, Herminio Onetto, en Araras, localidad 169 kilómetros al noroeste de San Pablo. Llega en helicóptero. Allí, tiene un campo de golf de nueve hoyos. A veces juega solo. La soledad, dice, lo ayuda a pensar.
El deporte es importante en su vida. Jugó al fútbol hasta los 30. Hizo tenis desde los 12 y, durante años, reservó el horario de almuerzo para cruzar raquetas contra algún tenista profesional retirado. Su obsesión por el ejercicio físico tiene una razón: su padre falleció de un infarto cuando él, todavía, estaba en la facultad. Desde entonces, intenta seguir una vida saludable. Por opción y obligación: el mayor productor de azúcar del planeta sufre de hipoglucemia –bajo nivel de azúcar en sangre–, por lo que debe comer algo cada tres horas.
La religión es otro aspecto crucial para él. Su mujer es una persona devota. Cada vez que lo ve contrariado, ella suele dejarle una biblia, abierta en el Salmo de David: «Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para la guerra, mis dedos para la batalla».
Hace 10 años, Rubens Ometto Silveira Mello celebró la compra de las 1.600 estaciones de servicio de Esso cenando con la cúpula de Exxon Mobil en el restaurante del hotel Mandarin, de Londres. Tres días después, viajó con Mónica a Portugal. Más precisamente, a Fátima, uno de los lugares elegidos por los católicos brasileños para agradecer a Dios y pagar sus promesas. ×
Rubens Ometto Silveira Mello
1950— Nace en Piracicaba, San Pablo.
Profesión— Ingeniería de Producción Mecánica (USP).
1971-1973— Se convierte en Ejecutivo Corporativo en Unibanco.
Década del 70— Es Director Financiero del Grupo Votorantim y el primer Presidente del Consejo de TAM Linhas Aéreas.
1986— Se incorpora en el negocio familiar Cosan consolidando la empresa como la mayor productora de azúcar y etanol en Brasil, y posicionándola entre las mayores del mundo en la década de 2000.
2008— Crea la empresa de soluciones de logística Rumbo favoreciendo la productividad en los negocios de azúcar de Cosan. Crea la empresa inmobiliaria agrícola Radar.
2010— Recibe el premio de Emprendedor del Año por las Revistas Esto es Gente y Esto es Dinero.
2011— Crea Raízen y la coloca en la quinta posición del ranking de Empresas Brasileñas en términos de ingresos.
2012— Adquiere el control de Comgás, mayor distribuidora de gas natural del país.